José Julio Falagán es el único sacerdote de la diócesis de Astorga perteneciente al IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras)
Cuando se ha trabajado en países de misión, de alguna manera se ha vivido el lema que lleva el cartel: “la misión, tarea de todos”, y no es porque la escasez de clero haga que muchas responsabilidades caigan en manos de líderes de la comunidad, sino desde la conciencia, que en la misión del Señor todos somos corresponsables, aunque haya sin duda que profundizar más y mejor en este concepto de “sinodalidad”: el Papa Francisco enseña a “Caminar juntos es el camino constitutivo de la iglesia, la figura que nos permite interpretar la realidad con los ojos y el corazón de Dios; la condición para seguir al Señor Jesús y ser siervos de la vida en este tiempo herido”. Es un camino lento. Tanto que en su búsqueda no es infrecuente perderse, cansarse o desistir, y volver al “siempre se ha hecho así”.
Tendremos que pelear con nuestras propias ideas para los que entienden la misión como posesión de la verdad que otros deben escuchar y cumplir. Todavía tenemos un concepto de comunidades cristianas que piensa y admite nuestra visión como buena y única. Asomarnos a la realidad plural no nos aleja de Dios pero nos puede pedir separarnos de seguridades y estilos que hacen imposible vivir en clave de escucha y aprendizaje.
El camino sinodal es fuerte, no es una vía estéril de “buenismo” para quedarnos tranquilos, no es un camino para demostrar que el otro está equivocado en su apreciación o es parcial, es ofrecer un amor tan real, que acabe definitivamente con tantas fracturas de fraternidad como padecemos. La sinodalidad nos abre a la sorpresa de descubrir que detrás de cada acción hay personas.
Acoger un camino sinodal exige salir de donde estamos y abrirnos a la experiencia de un camino común, que no es uniforme. El camino de la vida es una enseñanza de comunión, celebra el encuentro y nos configura como personas capaces de pronunciar un “nosotros” fraterno y real. Hemos sido convocados a lanzarnos “mar adentro”, a ir a lo profundo, a navegar sin miedo, a echar con constancia y radicalidad las redes hasta que la barca de nuestro trabajo derroche fecundidad. Todos en nuestra diferencia somos tierra sagrada, posibilidad, tesoro, pero también enigma indescifrable de delimitar y calcular, y tenemos que ejercitar una paciencia activa. “La misión, tarea de todos” exige salir de donde estamos y abrirnos a la experiencia de un camino común, que no es uniforme. El camino de la vida es una enseñanza de comunión una “misión como tarea de todos”.