Est semana visista nuestra diócesis el animador de la campaña del Domund 2020, Juan Antonio Fraile Gómez. Esta mañana el retiro se lo ha dado a los sacerdotes de los arciprestazgos del Decanato y La Bañeza; mañana estará en El Bierzo; el jueves en Zamora y el viernes en Galicia.
SOBRE JUAN ANTONIO FRAILE
Sólo tú tienes palabra de Vida eterna
Me llamo Juan Antonio Fraile Gómez y nací en Madrid en el año de1960. Soy el mayor de tres hermanos de una familia cristiana y trabajadora, en la que se nos enseñó desde pequeños a saber compartir. Mi niñez fue como la de tantos niños de ese tiempo: colegio, juegos con los amigos en la calle, catequesis... Me acuerdo que de pequeño con mis ahorros me subscribí a la revista misionera Aguiluchos, pues me interesaba la vida y aventuras de los misioneros. A los 20 años yo me encontraba muy contento con mi vida: Tenía novia, muchos amigos y era catequista en mi parroquia de San Felipe y Santiago. Al mismo tiempo estudiaba en la universidad y trabajaba en la Empresa Municipal de Transportes de Madrid.
Pero al acabar mis estudios de Profesor de E.G.B., no sé ni cómo ni por qué, de repente empezó a venirme a la cabeza la pregunta: ¿Por qué no dejas todo y te haces misionero? Al principio rechacé la idea por completo, pero siempre volvía, una y otra vez. Yo no sabía qué hacer, pues quería mucho a mi novia y a mi familia. Pero a la vez sentía como un gran vacío interior y el gran deseo de irme a África para ayudar a otros. Yo no entendía lo que me pasaba y me decía: ¡Juan Antonio, estás chalado!
Aunque me costó mucho, poco a poco y después de un largo discernimiento, llegué a conclusión que aunque no estuviese seguro del todo, tenía que fiarme de Dios, y lanzarme. Algunos de mis amigos y familiares no llegaron a comprender bien esto y me decían que estaba loco, por dejar novia, familia y trabajo, y encima por algo de lo que ni si quiera estaba seguro del todo.
Además me repetían que podía ser buen cristiano y ayudar a los otros sin irme lejos de España. Dar el paso y entrar en el postulantado de los Misioneros Combonianos, me pareció como saltar al vacío. Pero confieso que una vez dado, sentí en mi interior una gran paz y alegría. Me daba cuenta de la presencia de Dios en todo. Después de mis estudios de Filosofía en Granada y Teología en Austria, fui ordenado sacerdote en enero de 1994, siendo enviado por fina África, a la R. D. del Congo, que estaba pasando momentos difíciles y turbulentos. Pero también en estos momentos yo sentía que algo en mí me decía: no tengas miedo, allá estoy yo y te espero. Salí para el Congo y no me arrepiento, pues Dios me ha dado la gran alegría de poder vivir doce años allí, los más intensos y productivos de mi vida. He experimentado también momentos difíciles y complicados, como la guerra, pero lo que sí puedo decir, es que no lo cambiaría por nada del mundo. En los momentos de duda y tristeza, siempre me venían las palabras: Señor, solo tú tienes palabras de Vida Eterna. Vivir con los congoleños estos años, ha sido una experiencia única, que me ha mostrado cuánto el Señor nosama, y cómo cuida y es generoso con los que se fían de Él.
MISIONEROS COMBONIANOS
Tras 22 años en el Congo, el padre Fraile lo ve claro: la Iglesia es quien más hace por el progreso.
Juan Antonio Fraile Gómez, Misionero Comboniano en el Congo
Juan Antonio Fraile Gómez es sacerdote y miembro de los Misioneros Combonianos,. Este madrileño de 58 años que actualmente se encuentra trabajando en la República Democrática del Congo desde el año 1994.
A pesar de ser pobre la zona en la que yo estaba, el que ganaba 30 dólares podía considerarse en una situación relativamente buena, sobre todo si trabajaba una pequeña tierra propia. Y todo ello contando con que no cayera enfermo, porque allí no hay Seguridad Social.
Otro inconveniente es que los precios no están bajos.Por un saco de cemento se llegan a pagar 50 dólares, mientras que aquí viene a costar seis euros, diez como máximo. Allí cuesta 15 en la capital, pero como no hay carreteras ni transporte, en la estación de lluvias llega a esos 50 dólares. Así que la construcción es más cara que aquí.
- Además de la educación, ¿cuáles son los otros proyectos?
La Iglesia es la institución que más lucha allí por la educación, la sanidad y la promoción de los derechos de las personas.
»En cuanto a la sanidad, por ejemplo, en la población de Mungbere, en la provincia oriental del Congo, tenemos el único hospital en 150 kilómetro a la redonda, además de una parroquia y 16 escuelas, tres de ellas de secundaria.
»A ese hospital traen a la gente en bicicleta desde 50, 100 o 200 kilómetros de distancia y reciben una buena sanidad.
- El Congo es el país del coltán, el mineral que se utiliza en la fabricación de casi todos los dispositivos electrónicos.
- Más del 80 por ciento de coltán del mundo está en el Congo y es fuente de terribles guerras económicas. En el este, que tiene frontera con Ruanda y Uganda, es donde están los problemas más serios.
»Ruanda es el mayor exportador de coltán del mundo y no tiene minas de coltán. ¿De dónde lo sacan? ¿De una chistera gigante? No.
»Lo que pasa es que hay grupos armados que se definen como los tutsis ruandeses, que viven en el Congo y que están armados, y dirigidos por el gobierno de Ruanda. Provocan desórdenes con matanzas y violaciones y la gente huye.
»Entonces, cogen gente para extraer el mineral y les pagan una miseria, o prácticamente nada, y ese mineral pasa a la exportación. A las multinacionales les interesa este tipo de comercio. Y pasa lo mismo con el oro o los diamantes.
- ¿Qué hace el Gobierno del Congo?
- Prácticamente no tiene un poder táctico, como entendemos en Europa, sobre la situación. Hay un ejército en el país que está mal pagado y que se dedica a saquear periódicamente a la gente. Eso hace que el país viva en una inseguridad y una miseria crónica.
- ¿Otras situaciones de alarma?
- El nivel de educación es bajísimo desde Mobutu, que solía decir que la mejor forma de dominar a un pueblo era mantenerlo inculto, pero creyendo que sabe. Es decir, Mobutu, que fue derribado en 1997, nunca prohibió las escuelas, ni las suprimió, pero dejó de pagar a los maestros. Muchos dejaron sus puestos porque tenían que mantener a sus familias. A la vez, la corrupción entró en las escuelas de una manera descarada.
»Los niños acaban trabajando en las tierras del maestro, por orden de este. Otros maestros piden dinero a los padres y a los alumnos diciendo: "Si quieres seguir, tienes que pagar, y si no es en dinero, en especie".
»Y al final del año se dan las puntuaciones, o los títulos, y los chicos creen que habían adquirido conocimientos y por eso nunca buscan mejorar en lo que saben.
- ¿Cómo llegaron los combonianos al Congo y cuántos son?
Nuestro fundador, Daniel Comboni, fue el primer obispo del África Central y murió en Sudán. De allí expulsaron a los combonianos en los años sesenta y siguieron a los refugiados hacia los países limítrofes, entre ellos, el Congo.
»En el presente somos unos 80 en el país, incluyendo a nuestros estudiantes de Teología. Es un buen número, y si al principio la mayoría éramos europeos o americanos, en el presente hay muchos africanos. - Ochenta en una población de...
Es un misterio, porque no hay censo. Cuando yo llegué eran unos 33 millones de congoleños y hoy deben de ser unos 80 o 90 millones. Pero ya digo que no hay ningún censo oficial.
- ¿Tienen ustedes problemas políticos?
- Siempre hay que andar con cuidado porque no gusta que digas que algo no es justo. Pero la Iglesia siempre se ha involucrado.
»En el proceso de paz y en las primeras elecciones democráticas, en 2004, la Iglesia jugó un papel fundamental, con el obispo Monsengwo, elegido por católicos y no católicos como presidente de la conferencia de paz de 1991 y del Consejo de la República en 1992.
- Ustedes trabajan con los pigmeos.
- Querían excluirlos de las elecciones. Decían que no sabían votar e incluso se les desprecia considerándolos entre el chimpancé y el hombre. Pero la Iglesia organizó una marcha con ellos en la que decían: "Nosotros somos congoleños".
»En una parroquia en la que yo estuve, se llevaba 30 años trabajando con ellos. Al principio se retraían, pero después se les ofreció un internado -ahora hay cinco-, para que sus hijos estudiaran, porque en la estación seca las familias se desplazan al interior de la selva para cazar y pescar, pero dejan a los hijos para que reciban educación.
»Así, el salto que dan es el de reconocerse como personas iguales a los demás, ni menos ni más, y de esa forma valoran su propia cultura y a la vez van a poder reclamar sus derechos y sentirse miembros de la sociedad.